viernes, 13 de junio de 2008

Hasta que ...se sepa

Esto se inicia cuando la región llamada patria aún era territorio lleno de madre naturaleza y en donde los horizontes no tenían postes ni de luz ni de telégrafos, las veredas no sabían de pavimento ni asfalto y los caminos se pisaban con pesuñas y ruedas rústicas de madera y metal forjado al golpe de brazos y fuego de herrería. Los pies no calzaban sino suelas de materiales naturales y huaraches, todavía sentían las piedras del camino los descalzos pies de muchos de sus usuarios.
Una tarde un hombre de cultura basta y conocimientos avanzados conforme a su época, decidió ir a la gran ciudad, era común que en los últimos tres años viajara a la lejana ciudad que entonces era la capital de su país. Abordó un carruaje tirado por caballos acompañado de un pequeño baúl con ropa y una maleta llena de papeles y libros correspondientes a los de una persona que sabía y enseñaba idiomas.
Viajaba seguro de ir a donde su futuro le permitiría vivir mejor.
Mientras tanto en otro lugar del mismo país una mujer joven y de familia acomodada se preocupaba solamente de mirarse bien todo y todos los días, no había porque preocuparse mucho en realidad porque los hombres que había en el lugar de su residencia, a todos los conocía desde su infancia y por la convivencia tradicional de las familias, y al que le tocara en su momento pedir su mano y ser su esposa, sería sin duda uno de los mejores, y del que podría confiar le daría la vida que tuvo su madre y su abuela y así consecutivamente.
El país últimamente se decía que, corría la voz, era azotado por delincuentes y gente mala que en una “bola” se dedicaba a trastocar la vida de buenas costumbres y a desafiar al supremo gobierno. Hacia el norte y hacía el sur se decía, había gavillas de éstos desaforados menesterosos envalentonados por la posesión de armas con las que despojaban a buenas personas y mejores familias de sus bienes. Los caminos entonces eran muy peligrosos. De esto era relativamente fácil enterarse para ella porque su tía carnal única dueña de las posesiones de la familia, era quién tenía el negocio de cambio de caballos para los carruajes que pasaban por ahí, viniesen del norte o del sur era con ella con quién tenían que tratar todos los que necesitaran de caballos descansados para continuar los urgentes o presurosos viajes, y de alimento y descanso para caballos de carruajes que si podían pernoctar o descansar el tiempo suficiente en esa villa que había sido relativamente reciente reconocida como ciudad capital de un nuevo estado para el país. De tal manera los conductores de carruajes o los viajantes mismos eran los portadores siempre de las nuevas noticias que venía de todos los rincones del país.

Entre el norte del que venía el profesor de idiomas y el centro donde descansaban los viajantes y se cambiaban los caballos de los carruajes, había un territorio agreste, lleno de sierras y altas llanuras. Un lugar en donde convivían de manera un tanto difícil hombres y mujeres con rasgos de un mestizaje no muy logrado porque prevalecían las pieles de color de bronce y a la vez rasgos muy delgados y poco toscos, éstos últimos inequívocos trazos de árabes venidos en épocas muy remotas y olvidadas, rasgos denunciados sobre todo por las construcciones de los enormes templos con cúpulas y torres llenas de arabescos en su talla de piedras y moriscas en sus detalles místicos. La dificultad de la convivencia era precisamente con hombres de piel blanca y ojos azules venidos también de fechas lejanas, pero no tanto, porque en esa región no eran los hombres de rasgo europeo los más poderosos o enriquecidos, sino más bien una parte igual a los demás y hasta un poco discriminados si no fuera porque algunos de ellos eran de muy preclara inteligencia y bastos conocimientos para el bien vivir en esas tierras.
Uno de estos hombres fue a casarse con una de las mejores y hermosas mujeres morenas de la apartada región, y para colmo de los demás, una de las más inteligentes. Cultivaban la tierra y vivían de su producto, contra los deseos de los demás dueños de propiedades en la comarca, oposición nacida de la diferencia en los colores de la piel, de la suerte por la compañía de la hermosa mujer y también por envidia a la esforzada fortuna de poseer uno de los hatos mas grandes de chivas que eran los animales más propicios para el terreno.
Corrían los primeros años del siglo XX y las cosas se entreveraban como los corales del mar, en un estallido lento de crecientes esporas que se estiran y se enredan entre si pero sin tocarse una a la otra, como las raíces de un frondoso árbol que buscando la vida se profundizan distanciándose una de otra pero haciendo nacer cada vez mas pequeños brazos que se buscan uno a otro como no queriéndose alejar una de la otra, pero también sin tocarse, sin interrumpirse, ocupando todo el espacio pero sin oponerse la una a la otra del mutuo crecimiento.

II

El cansino tramo recorrido las primeras horas habían dejado extenuados a todos, se habían detenido al menos tres veces para descanso de los caballos y estiramiento de los cuerpos, sedientos y aporreados, hambrientos y empolvados les faltaba aún la última jornada antes de llegar al lugar donde se podrían bañar, comer caliente y dormir en una cama, alistar a los caballos debidamente y revisar el carruaje que parecía que iba ladeado por cosa alguna que podría ser una muelle o el desgaste indebido, o algún golpe del accidentado camino en el eje de las ruedas traseras, el caso era que la última parte de esa mitad del camino era tormentosa por ir, además de traqueteados en el brusco camino del brusco carruaje con un brusco trotar lento de los cansados caballos, el brusco intento de no irse unos pasajeros encima de los otros porque se iba de lado el carruaje. Ya en los descansos anteriores los carretoneros habían charlado y comentado de la “niña” que en el cambio de caballos, a veces aparecía y los apantallaba con su belleza y señorío, ya la curiosidad de los caballeros que iban de pasajeros se había atendido de tales comentarios porque incluso el conductor mayor, exigió respeto a la plática de esa niña, porque decía que era una niña muy bonita y tanto más respetable.

La mujer morena de facciones muy finas y pelo negro, hermoso como su mirada, iba y venía al pueblo cumpliendo con sus menesteres, ya la miraban con un poco mas de envidia y codicia algunos de los otros hombres que en algún tiempo se creían mas merecedores de ella por ser también morenos y por tener ancestros mas antiguos originarios del lugar con quien contar en sus historias personales, y no tan poco arraigados y menos folclóricos y típicos que los del hombre al que ella había aceptado y elegido. Parecía que el matrimonio la había mejorado a los ojos de los demás hombres del pueblo pero sobre todo a uno en especial que era de los propietarios más grandes en extensiones territoriales y dueño de hatos también muy crecidos. Este no perdería oportunidad de acercarse siempre a ella y con el pretexto del saludos si no la trataba de cortejar si al menos le trataba de hacerle notar su despecho por haberla rechazado, ya mas de una vez prefirió vender barato sus animales o productos con tal de que no fuese el hombre de ella quién hiciera el negocio. Ya mas de una vez le trataba de pelear las posesiones de algunas parcelas a la pareja con tal de no verse totalmente derrotado en el amor y además en el dinero. Ella se miraba radiante porque era mujer completa y se sabía correspondida plenamente, su futuro era ser madre y nada más eso le faltaba para ser toda la mujer que podía ser.

Luego de unos cuidadosos correctivos a la anterior redacción, continuaré con el relato....Gracias por su paciencia.

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